Ep 6. La Frustración, nuestro mecanismo de ajuste psicológico
Hoy en día estamos acostumbrados a escuchar sobre la frustración en el contexto infantil y adolescente, pero poco se sabe sobre cómo se manifiesta en la vida adulta y sobre los esfuerzos, muchas veces infructuosos, que realizamos para paliarla.
En cierto modo, digamos que algunas manifestaciones adultas de la frustración son infantilizadas y, por lo mismo, juzgadas socialmente como incorrectas.
De esta forma, este sentimiento se convierte en una experiencia emocional tan incómoda como compleja que cuesta reconocer, identificar y expresar. De hecho, un estudio de la Asociación Chilena de Municipalidades determinó que en pandemia casi el 80% de los chilenos ha llegado a experimentar esta emoción.
Sabemos que esta es una experiencia que surge cuando deseo y realidad no coinciden. Evidentemente, sería utópico pensar que ambas emociones pueden caminar siempre de la mano o en paralelo. Por ello, la frustración se convierte en un mecanismo psicológico que nos ayuda a ajustar nuestros deseos y a aceptar la realidad de las cosas.
Esto nos ayuda a adaptarnos y a restablecer expectativas. Lejos de lo que pudiera parecer a simple vista, la frustración se convierte en una emoción que nos permite contener nuestras ilusiones y otorgarles mayor probabilidad de consecución en el corto plazo.
¿Por qué? Al poner en jaque deseo y realidad, nos brinda la oportunidad de un cambio de rumbo emocional y cognitivo. Hace que nos salte un aviso sobre la necesidad de parar y contemplar opciones, pues algo no va al ritmo que esperábamos.
Frustrarnos y seguir adelante
En los seres humanos cada etapa nos ayuda a encontrarnos con situaciones de complejidad creciente que nos permiten construir la tolerancia a la frustración. Lo que de niños puede ser simple, de adultos llega a ser más complejo, puesto que hay condicionantes internas y ambientales.
Ya en los años 70, Walter Mischel realizaba un experimento denominado la “prueba del malvavisco” en el que se exponía un dulce ante un niño y se le pedía que esperara a comérsela unos minutos. Se le anticipaba que, en el caso de poder aguantar ese tiempo, la recompensa sería doble, pudiendo obtener dos golosinas por contenerse. Este estudio concluyó que, a mayor edad, mayor capacidad de regulación y contención.
Puede que pensemos que como adultos podemos tener dificultad para controlar el impulso de comer una golosina al igual que un niño. Si pudiésemos poner un altavoz a los pensamientos, veríamos que ante esta misma situación el diálogo interno y la disputa mental son muy diferentes en función del ciclo de la vida en que nos encontremos.
Insatisfechos crónicamente
El hecho de reprimir o no comprender la frustración puede conducir a las personas a estados de insatisfacción crónica. Si no la vivenciamos y la rechazamos, podemos encontrarnos con que estaremos enquistados en un malestar sin respuesta.
Casi nada nos resulta gratificante y gran parte de lo que nos ocurre se cifra en nuestra mente como una molestia. Cuando la desazón, la angustia y la insatisfacción crónica nos invaden, hay un desajuste que no estamos vislumbrando y mucho menos resolviendo.
En el momento que la persona que acude a terapias entiende esto, es cuando debemos adentrarnos en observar las reglas que guían nuestra conducta externa e interna, trabajando en ellas. Primero las haremos explícitas, lo cual es una tarea difícil porque toca lidiar con estados emocionales muy displacenteros.
Cabe destacar que, cuando la frustración se convierte en un caballo desbocado y no sabemos gestionar lo que nos está ocurriendo, es útil tener una vía de escape que luego nos devuelva al punto de partida con mayor claridad mental. Por ejemplo, muchas personas se refugian en el deporte, ese gran sanador y clarificador de ideas.
La experiencia frustrante es sinónimo de malestar, de desazón, de nubes en la cabeza y tormentas en nuestro diálogo interno. Todo ello pretende reconducirnos a un estado de desesperanza que nos haga frenar y replantear la situación.
Un grupo de neurocientíficos del Recinto de Ciencias Médicas (RCM) de la Universidad de Puerto Rico (UPR), liderados por el brasileño Fabricio Do Monte y el estadounidense Gregory Quirk, revelaron cómo reacciona el cerebro ante un evento frustrante.
Los investigadores encontraron que la reacción a la frustración se produce en una región subcortical , llamada núcleo paraventricular del tálamo (PVT, por su sigla en inglés). “El PVT manda información hacia una región que almacena asociaciones de experiencias positivas, llamada nucleus accumbens, para disminuir la ansiedad durante situaciones aversivas”, explicó Do Monte.
En definitiva, podríamos decir que este sentimiento es el mecanismo que nos guía hacia el bienestar. La tolerancia al fracaso nos ayuda a convivir con el malestar como parte de la vida, siendo la experimentación de esta un ejemplo de que nuestra psiquis funciona correctamente.
Este reajuste de expectativas nos ayudará a no quedarnos bloqueados y seguir funcionando plenamente en la vida. Tratemos entonces de manera justa a la frustración, pues es una experiencia emocional válida, necesaria y realmente funcional.